jueves, 20 de febrero de 2014

La chica de la galería

Estoy preparando unos post estupendos, pero llevan videos, imágenes y demás, y con lo torpe que soy, me tomaré mi tiempo para que sean todo lo molones que quiero que sean.
Así que entre tanto, se me ocurre entreteneros con una de "arrebatos", que hace tiempo que no surge ninguno.

El que nos ocupa en cuestión pasó también hace unos cuantos años; vivía aún en "el castillo", con mi hermana, aunque esos días estaba de viaje por Cuba. Tenía a mis dos perros amados, Ruri no había llegado aún a nuestra vida. Trabajaba en Häagen Dazs ¿o en Pozuelo?, y estudiaba el acceso para mayores de 25... Y era también tiempo de tormenta familiar.
Fué por esto último, por uno de esos momentos de "hasta el gorro" de familia, que esa tarde de verano decidí coger mis papeles, mis libros de versos y también mis apuntes de geología y bajar a tomar un largo café mientras enrredaba con mis pensamientos.

Me quedé cerca de casa. En el café Madrid, en la calle Belén. Me gusta mucho más el café Belén que está apenas doblando la esquina, pero aquel día, el Madríd tenía sus contraventanas abiertas y el calorcito veraniego invitaba a esa mesa medio dentro medio fuera.
Ahí estuve un rato largo. Escribiendo, leyendo y finalmente estudiando. Sí, estudiando! no seáis malas! además me encanta la geología.

Y...
por aquel entonces mi vida sentimental era bastante sosa. Sí, había algunas "bolas de nieve"*  de las que se sienten mariposas. Pero estaban físicamente lejos así que... como ni mi corazoncito ni mi cabeza saben estarse quietos... desde hacía varios meses me había fijado en una chica que trabajaba en una galería de arte en la calle por donde paseaba a los perros.
Me había tropezado un par de veces con ella por el barrio. Pero no caí en la cuenta de lo guapa que era hasta el día que se rapó la cabeza !¡. Me crucé con ella aquel día y fué algo así como; - qué?! pero?! uy!
Desde entonces cada vez que nos cruzábamos, yo no podía evitar mirarla y tiempo después ya nos saludábamos. Y yo, tan contenta el día que coincidíamos.
Así pasó el invierno y la primavera...
En mis penamientos inquietos, la llamé Maggie. Maggie me parece un nombre bonito. Maggie como la bebé de los Simpson, como Elisabeth Taylor en la Gata sobre el Tejado de Zinc, como Maggie Smith, como la canción de Rod Steward o como el puré de patatas que tanto me gusta, que se llama Maggi, aunque aquí le pongamos esa "J" tan nuestra.
Ese verano aburrido de "muerte y hemorragias nasales"*  Maggie me alegraba los obligados paseos perrunos.

...Volviendo a aquel día, recordais? estudiando en el café Madrid a eso de las seis de la tarde ese Agosto.
De pronto, entre las placas tectónicas o entre alguna de las edades de la tierra, triásico, paleógeno o cuaternario... la chica de la galería se coló en mis pensamiento.
Y en un gesto tonto, platónico y romántico, miré por la ventana en busca del cielo, cuando, de repente! en el balcón de enfrente! encuentro asomada a Maggie. Enseguida giré la cabeza y disimulé con mis papeles.
Pero acto seguido, entre la desesperacón del verano, de los acontecimientos familiares, entre volcanes, simas y ácidos y protozoos... un acto de locura! Cogí un puñado de folios y escribí:

(en rojo y en letras bien grandes)
 CHICA DE LA GALERÍA :)

(otro folio)
TOMARÍAS UN CAFÉ CONMIGO?
 y no contenta con esto, escribí en tres folios más;
NO? :(

(otro folio) 
QUIZÁS OTRO DÍA?

(último folio)
...

y así, preparada con mi montón de folios, pasé dos horas más esperando a que Maggie volviese a asomarese al balcón.
Seguramente por suerte para las dos, no volvió a asomarse. Yo metí los folios entre mis papeles y marché  para casa. 
Seguimos coincideindo por el barrio mucho tiempo después. Coincideindo con ella sola, con ella y su hermana, con ella y su familia, con ella y algún chico... A la que nuestros encuentros se distanciaron, también se distanciaron nuestros saludos. Hasta el día de hoy en que seguimos tropezando y en que apenas sí cruzamos la mirada.

Y ya está. Esta es la historia de la chica de la galería. Una de esas cosas ridículas y estúpidas que, a quíen se le va a ocurrir si no es a Puntito de Luz? Pero oye, quién sabe qué habría pasado? 
Venga, va! hacer alguna locura esta semana! y luego venir a compartirla aquí conmigo. Seguro que yo la he hecho ya... :)

Sssssssshhhhh!!! Buenas noches...
Por tu culpa Be!!!
 

jueves, 6 de febrero de 2014

A las cinco cada Jueves



Últimamente remoloneo un poco antes de levantarme. O bien por lo mal que duermo cada noche y me tengo que convencer de hacer caso a ese maldito despertador, o porque me quedo haciéndome mimos con Ruri, o porque me despierto demasiado temprano y me quedo dándole vueltas a las dos mil cosas que rellenan mi cabeza.
Esta mañana, como si de un resorte del pasado se tratase, me he despertado pensando “jueves!, día de terapia”, y he esbozado una sonrisa. Acto seguido he abierto los ojos y he caído en la cuenta de que ya no tengo 14 o 17 años. Hace mil años que los jueves ya no hay terapia.

Que qué clase de terapia es esta que recuerdo con una sonrisa os estaréis preguntando.

Pues bien, hace... lo dicho, mil años (se ve también como parte de otra vida lejana)... mi madre me propuso llevarme al psicólogo;
 –para ver porqué no esudias... – me dijo... 
a saber lo que le pasaba por la cabeza en realidad a la buena mujer...
A mí por aquel entonces todavía me parecía correcto y adecuado lo que mi madre pensase o aconsejase. Además, con semejante argumento y siete cates de diez... cualquiera le decía que no.

Mi padre ha sido empleado de banca toda su vida, una de las ventajas, de cuando las cosas eran bonitas y funcionaban, de cuando las empresas mimaban, cuidaban y valoraban a sus empleados, era la colaboradora médica. La Colaboradora médica de el banco de mi padre era una pasada. Mejor que Sanitas o cualquier otra que haya conocido hasta hoy. Y pertenecer todos a la misma empresa, tenía mucho de “familiar”.

Así pues, allá que vamos mi madre y yo a ver a la psicóloga de La Colaboradora. Primera cita: lo típico, un par de test de inteligencia, doscientas preguntas a mí por un lado y a mi madre por el suyo...
Y así después de un par de días, Ana, la psicóloga, me pregunta si me parecería bien asistir a terapia de grupo con chicos de mi edad.
Ana era una mujer muy peculiar. Vestía con mucha clase, su clase. Te miraba que parecía que estaba leyendo tu mente! Cualquiera le decía alguna mentira!  O le intentaba hacer un quiebro en los temas! No no no no! Era buena la jodía!

Durante unos cuatro años, como si una extensión del cole se tratase, los jueves a las 4.45 tenía mi terapia de grupo en Cuatro Caminos.
Las primeras cinco o seis sesiones fueron tensas. Éramos solo cuatro y todavía no nos habían buscado un sitio para estar, así que nos reuníamos en el despacho de Ana que era bastante pequeño. Dos en las sillas, uno sentado en los archivadores y otro en el suelo. Unos éramos tímidos y otros venían obligados...
Después se nos unieron dos chicas más. Ni recuerdo cómo nos metíamos en ese espacio tan pequeño.
Y luego dos más. Ocho adolescentes en plena efervescencia ahí, a exponer las tripas y las entrañas... justo en lo que estabamos pensando en ese momento de la vida...
Al fin nos hicieron una sala de reuniones. Bastante fría... era una sala grande, con una mesa redonda enorme en la que cabíamos todos ampliamente. Un espacio más grande que cortar con cuchillo...

Los dos primeros años, me encantaba llegar cada jueves a la monja de turno a las 4.15 y enseñarle mi justificante para salir una hora antes que el resto de mis compañeros.
Cogía mi 149 y llegaba a la sala de espera. Igor ("el chico conflictivo") y Daniel (que vete a saber porqué está aquí este chico tan normal)  llegaban siempre los primeros. Y Patricia ("sentencia"), Marta ("inocente") y yo solíamos coincidir por las escaleras. Laura (esos ojos penetrantes) y Edurne (misteriosa y silenciosa) siempre llegaban con la hora justa, no importaba demasiado porque Ana (la psico) tampoco era puntual. Macarena (la mayor. Quería ser locutora de rádio) y David (el intelectual que estudiaba piano) casi siempre llegaban tarde.
En la sala de espera nos contábamos la semana. Lo que había acontecido y bromeábamos y nos metíamos los unos con los otros. Pero una vez sentados alrededor de la mesa de terapia, se hacía un silencio rotundo. Ana nos miraba uno a uno a ver quien se decidía a hablar. Casi ninguno lo hacíamos así que ella seleccionaba al elegido. El elegido sacaba tema casi siempre superficial pero así poco a poco íbamos sacando los trapillos de dentro;
-         La rabia de unos con y por la situación con sus padres.
-         El miedo de otro a los atentados de ETA (que le habían tocado de cerca).
-         Los problemas en el instituto con los profesores que te cogen manía.
-         La falta de cariño.
-         La enfermedad muy grave de una madre.
-    El sexo. O más bien, la importancia de...
-         La incomprensión del mundo en general. Y del particular de cada uno.
-         El sentirse pequeño e insignificante.
-         Los primeros amores y desamores.
-         Las primeras borracheras VRs regañinas.
Unos más extrovertidos que otros íbamos apañando nuestra horita y media de reunión.

Pero es curioso; a las pocas semanas de empezar las terapias, adquirimos la rutina de merendar juntos en el McDonals de enfrente antes de marchar a casa.
Aquí, sin Ana, es donde creo, hacíamos nuestra verdadera terapia. Ahí sí, nos lo contábamos todo. Opinábamos todos. Nos reíamos y llorábamos nuestra cosas, las de verdad. Recibíamos y dábamos consejos... celebrábamos los cumpleaños...
Cuatro años...

Hoy, ahora, no nos seguimos la pista. Poco a poco fuimos dejando el grupo y perdiendo el contacto. Eran esos tiempos sin Internet en cada casa, sin Facebook, sin móviles y sin Whats up. Si no apuntabas en una agenda el teléfono y la dirección...
Tropecé un par de veces con Laura, que curiosamente, vivía al lado de otra Laura de mi clase y veraneaba en el mismo pueblo que mis primos. También me encontré con Dani por las instalaciones deportivas también maravillosas que el banco tenía para los empleados.

A una de ellas le cogí un poquito más de cariño que al resto. Esto tan típico en mí...
Le escribí unos cuantos christmas pero debía tener mal la dirección y siempre me los devolvían en Marzo. Fue uno de los primeros nombres que busqué en Facebook. Por suerte, de ella, sí tenía los apellidos. Y por suerte apareció. Unos qué tal te va la vida y una promesa de quedar que ninguna de las dos hemos reforzado. Así quedó la cosa.

Esta es una de las cosas importantes que viví.
Todos los jueves.
Mis compañeros de terapia. Mis amigos de terapia.

Buenas noches sshh.....
Por tu culpa Bé.

P.D; acabo de cambiar el título de la entrada "a las cinco menos cuarto cada jueves" al de "a las cinco cada jueves" que aunque no sea exacto, hace referencia a una peli de suspense- terror de lo 196y... A las nueve cada noche.