lunes, 28 de octubre de 2013

UNA HISTORIA DESORDENADA: De murallas, trenes y gafas

Los buenos ratos.

No todos los días iba la cosa de riñas, malos ratos y ratos en urgencias. Cierto que estos eran demasiado frecuentes, pero… hacía que los buenos días fuesen increíblemente buenos.  

En estos días tranquilos, teníamos nuestros planes favoritos: Algunas veces quedábamos por la mañana (de pellas, claro) y cogíamos el cercanías hasta algún lugar cercano. A Ávila fuimos en más de una ocasión y a Segovia; dábamos una vuelta, comprábamos algunas cosillas para comer y si no hacía mucho frío nos sentábamos cerca de la muralla, si era Ávila, o en algún parque o campito en otros lugares. Él y yo discrepábamos de cine o música o de tonterías del instituto… Nunca hablábanos de casa. De nosotros. 
Siempre llevábamos una pelota de baseball, y nos pasábamos las horas muertas pasándonosla, bien corriendo y lanzando fuerte o simplemente sentados juntos… En esos días hacíamos cosas sencillas de chavales “normales”. 

Algunas tardes nos íbamos al aeropuerto a ver salir los aviones, a él le fascinaban. Conocía todos los modelos y le encantaba demostrarnos su sabiduría y conocimiento en el tema. Algunas tarde le dejábamos casi hablando solo, mientras nosotras nos espachurrábamos en las butacas. Cuando él se cansaba, se espachurraba con nosotras. 
Siempre muy pegaditos. 
Y lo mismo que sabía de aviones, sabía de trenes. Nos arrastró en más de ocho ocasiones al museo del ferrocarril. 
 – ¡Nos lo sabemos ya de memoria! 
Daba igual. Era genial verle disfrutar y freír a la tía del museo a preguntas. Supongo que este afán suyo por los transportes tendría que ver con su huir de las cosas. 

Fuimos al cine, una única vez. A la sesión de las 12.30 del medio día en la Vaguada. Vimos “Al filo del abismo” (un pase especial, claro. La peli es del 88)una de patinadores, con un jovencísimo Christian Slater. Hoy me sigue encantando esa película... 

Los días en que Ellyn salía con nosotros tenían siempre algo de magia. Ella es de esas personas que ilumina una habitación sólo con su presencia. Capaz de hacerte sacar lo mejor y más positivo de ti. De llenarte de alegría y de ganas de vivir y sacar lo más positivo que, de nosotros tres, no era cosa fácil. Seguramente esa energía suya era la que nos convencía de abrir nuestro mini círculo y dejarla entrar y trastearnos las rutinas, “los conceptos”... Ellyn. 

Pasamos también muchos ratos buenos, esto no es tan normal, en la consulta del oculista de él. 
Estos ratos eran, de los que aprovechábamos nosotras, para “ser nosotras dos”. 
La consulta. Esto merece un capítulo a parte! 
Él tenía unos preciosos ojos verdes- grises muy claros, y... una especie de alergia a la luz, por lo que aumentaba dioptrías más rápido de lo que le crecía el pelo. La primera solución que le buscaron, fueron gafas de sol para todo momento; las usaba de día, de noche, en la calle, en casa, hasta tenía unas gafas especiales para la ducha o para la piscina. También tomaba unas pastillas y se echaba unas gotas que le escocían horrores. Siempre nos pedía que se las echásemos alguna de las dos, luego, a soplar un buen rato. La consulta estaba por el barrio de Salamanca. Era una de esas casas antiguas con altos techos, escayolas y suelos de tarima escandalosa. A la entrada estaba la mesa de la recepción siempre desordenada y llena de papeles. Y rara vez estaba la recepcionista que tenía todos los años del mundo y alguno más. Con sus gafitas doradas con cordel, su pelo blanco ensortijado y esa voz quebrada de anciana. De las ventipico consultas a las que asistimos, nos tropezamos apenas tres con la pequeña mujer. 
Después había un largo pasillo con una alfombra roja que siempre estaba arrugada. Y toda la pared del pasillo repleta de diplomas y títulos del buen doctor. La tercera puerta a la derecha era la sala de espera. Era una habitación hueso, con dos sofás de piel verduzca ya algo pasada, un radiador inmenso de hierro con relieves de hojas gris y un par de mesitas llenas de revistas de cotilleos de muchos años atrás. En una mesita redonda con ruedas, unos vasos limpísimos y una jarra de agua, que sorprendentemente siempre tenía hielos frescos. A nosotros nos llamaba tanto la atención este hecho, que una vez metimos la mano para asegurarnos de que no eran unos hielos falsos de plástico. Pero no, eran de verdad. Esa anciana invisible estaba en todo!!! 
No sé si ya he comentado que ella apenas hablaba. Rara vez participaba en alguna de nuestras conversaciones, daba su opinión de algo o protestaba. Te miraba y te tocaba interpretar lo que pasaba por su mente. Al principio era algo raro, pero pronto resultó algo muy sencillo (intuir, entender, saber, sentir). Una vez, ya al final de “nuestra historia”, cuando los bebés de Ellyn habían nacido, le sorprendí hablando con uno de ellos. Seguramente no estuvo bien, pero no pude evitar quedarme ahí escuchando sin que me viese. Escuchando su voz y sus palabras. Creo que al rato ella notó mi presencia, pero continuó. Quizás fue un regalo que me hizo. ¿Por qué no hablaba?, nunca lo supimos. Nosotros lo hablamos algunas veces y nuestra mejor conclusión era que no hablaba, porque no le gustaba lo que tenía que decir… 
Así que sin apenas hablar, en mitad de un silencio limpio y sosegado nos quedábamos las dos solas. Media hora, diez minutos... nunca sabíamos el tiempo que se nos regalaría ese día en cuestión. 
Nuestro tiempo. Suyo y mío. 
Y de nadie más. 



Por tu culpa Be! 
Buenas noches sssshhhhhhhhhh!!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tus post siempre hablan del pasado o del presente más inmediato pero....qué me dices del futuro???

Anónimo dijo...

-me gusta-