jueves, 29 de octubre de 2009

UNA HISTORIA DESORDENADA: Parte de la historia

“El día que perdimos los sentidos”

Habíamos quedado en el descansillo de la buhardilla de vuestra casa, como muchas tardes, hacia las cinco.
Yo había cogido ya el horario del cartero y aprovechaba el momento en que le abrían la puerta para colarme en el portal sin tener que llamar a vuestras casas.
Subía casi siempre corriendo. Los cinco pisos. Ansiosa por que estuvieseis ahí. Por comprobar que estabais bien, o que al menos, estabais. Odiaba llegar la primera y pasar los pocos minutos de incertidumbre hasta que llegaseis. ¿Llegaríais?. Era una duda razonable teniendo en cuenta vuestras circunstancias de cada día. Pero bueno, llegabais y yo respiraba. Los tres respirábamos, creo. Porque ese era el mejor momento del día. Ese momento en que cada uno podíamos sentirnos arropados y protegidos por los otros y a la vez, sentirnos necesariamente responsables y cuidadores.
Por suerte para mí ese día, cuando llegué ya estabais; los dos, en silencio, sentados el uno junto al otro. Os besé y me senté entre medias.
Ahora visto desde lejos, parece claro que ese era mi sitio, entre medias de los dos.

1 comentario:

Be dijo...

Es tan bonito que no he commentado por miedo a romper algo